La Fiesta de las Flores de Laredo se convirtió en la válvula de escape de nuestro yo más reprimido. Tuvimos, entonces, la oportunidad de ser el personaje dormido que llevamos dentro, y ver y decir todo lo espléndido que resulta ser este evento cántabro.

Todo empezó sobre las 17h, cuando en apenas en unos segundos, un grupo de carrozas dotadas de los más sofisticados instrumentos para el desfile, comenzaron a inundar con sus sones el aire transparente alrededor de la plaza "Alameda Miramar".

En otro preciso instante, aparecieron grupos de vecinos llenos de alegría con la infancia no olvidada. Las gentes se arremolinaron ante ellos porque imitaban a Freddie Mercury. Unos acuden prestos a observar el acontecimiento, que pronto caldeaba definitivamente la situación; otros se aprestaban a conquistar los mejores lugares.

En Sierra Nevada, sobre la pista de nieve, los personaje más variopintos desafían la bajada que, por común ya, ha dejado de ser impropia para ellos. Los padres van y vienen animosos, con los pequeños ilusionados de la ocasión que están viviendo, con los esquíes fuertemente pegados a los pies, con las caras luminosas por su alegría y las ropas enfundadas as su cuerpo . Y esas lástimas que están hoy apartadas en los rincones de las cumbres, volverán de nuevo a apoderarse de las rutinas de la familia.

En esos días tontos de calor extremo que nos acechan a todos en verano, cuando no se está muy seguro de si se vive lo que se quiere vivir o lo que la realidad te obliga, esos días en los que la ilusión o descubrir nuevas experiencias, se nos ocurre ir al desierto de Tabernas. 

Allí, la escasez de agua a la que ansiamos todos los andaluces, se ha convertido en una realidad, otra más de las que vamos coleccionando, quimeras que se guardan en el desván de la memoria y que desempolvamos de vez en cuando. Como vivir al lado de unos actores que representan episodios del western al más estilo americano. Ése es el poder evocador de ANDALUCÍA.